Aquí sigo, tratando de sobreponerme a mi fracaso amoroso. Hay dos formas
de enfrentar un desengaño y solo una te deja bien la piel. La primera,
lo habéis adivinado es pillarse una buena cogorza, y por mucho que un
puñado de coreanas haya decidido que los efectos de la resaca tienen su
glamour (repásese mi post sobre el hangover make up);
siempre es más recomendable la segunda: un buen tratamiento de belleza
o, en momentos de penuria económica, como es mi caso: aplicarse una
mascarilla, tumbarse en el sillón y concentrarse en las manchas de
humedad del techo con el fin de no pensar ‘¿qué fue lo que hice mal?’.
Para momentos como este tenía reservado un producto made in Spain que estaba deseando probar. Se trata de la mascarilla purificante de la Albufera, la marca valenciana que fabrica cosmética a partir del Aceite de Germen de Arroz.
La mascarilla se vende en saquitos mono dosis que cuestan menos que un
orujo (1,70€, en el herbolario de mi barrio, dos por 3.30€ en su web) y
además de ser 100% natural y tener un diseño vintage que me
chifla, me parece un zasca perfecto a la tan en boga cosmética asiática
(tanto consumir arroz y potingues de belleza y que no se les haya
ocurrido a ellos combinarlos...). La reflexión no es brillante, lo sé
pero el tiempo de exposición de la mascarilla, cinco minutos, y mis
intentos de esquivar el recuerdo de la noche fatídica no dan para más.
Lo primero que noto tras retirarme la mascarilla es que al contrario de
con otras purificantes de arcilla y carbón no deja mi piel tirante. O
sea que para aquellas con edad suficiente para recordar a Mazinger Z, va
bastante mejor que las muy celebradas mascarillas detox de estos
últimos años.
Varios días después mi piel continúa tersa y luminosa. Eso sí, yo por
dentro sigo sintiéndome como puta por rastrojos o para ser finos y
en honor a esta nueva marca que pienso seguir explorando: como geisha
por arrozal…
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