jueves, 28 de marzo de 2019

Sobre boosters, alquimia y volver al pasado


Por fin he entendido lo que es un booster. Un potenciador. Tan simple como eso. Qué manía de utilizar un vocabulario que te hace sentir medio tontita, y qué ganas de ponerle a todo nombres en inglés. Aunque entiendo que estas cosas suenan a universo Marvel y como que quedan bien. Pero me tenían despistada las marcas con el palabro, porque me sonó a instrumento más que a líquido, y eso como que me despistó.

Añádanse un martini y un picardías
de satén para personificar a Joan Collins
a punto de irse a la cama

Se cuenta en la red que un booster puede ser un cosmético concentrado, tipo este o este, o algo que se mezcla con otro producto para darle garra. Y ahí es cuando marcas y bloguer@s se vienen arriba y empiezan a hablar de alquimia, piedras filosofales, esencias y misterios (o verdades) ancestrales. Y, como si de un juego de asociación de palabras se tratase, de femineidad, sensualidad, autoestima, empoderamiento,... Cosas que parece que nos entrarán por el olfato, o por ósmosis, a través de ciertos productos: con aire de noche tórrida en Dinastía, de pulcro cuidado íntimo de lo más íntimo, o de híbrido entre un cuadro de Botticelli y un episodio de La casa de la pradera


A un paso del Olimpo

Ojito a la última, que es de las pocas no guiris que se han colado en Laconicum, ese paraíso de las marcas nicho cuyos mandamientos reúnen una serie de principios minimal que ni Calvin Klein en sus mejores años.

Y las etiquetas de natural, vegano, orgánico, etc., etc. esta vez me las salto, que a este paso será mucho más fácil etiquetar solo a las que no lo son.

martes, 26 de marzo de 2019

Sangre de dragón en Mercadona


Parece el título de una canción de Alaska, ¿verdad? Pues no, es el cumplimiento de una promesa en forma de post

¿Os acordáis que os dije que me enteraría de cómo llegaban la tal Maria Hatzistefanis y sus secuaces a las entrañas de una criatura mitológica para devolvérnosla en forma de crema? Porque, vamos a ver, yo no es que me crea todo lo que te vende la publicidad, pero como dicen los italianos “si non è vero”, debería ser “ben trovato”… que en este contexto podría traducirse por, “mira, nena, no me tomes por gilipollas…” Paso por el veneno de abeja y de serpiente, y hasta por lo de las células madre… ¡pero, sangre de dragón! ¿Quién eres? ¿San Jorge?

Pues resulta que no, que la llaman así porque es más chic, pero en realidad es sangre de drago, o sea, resina, que actúa como “regenerador de la piel y promotor de la formación de colágeno, mejora los procesos de cicatrización y combate los radicales libres”. Y tiene toda la lógica, porque si al arbolito en cuestión le permite vivir cientos de años con un aspecto inmejorable, qué menos que a nosotras nos deje llegar a los cincuenta como Jennifer Aniston.

Es el componente fundamental de cremas tan accesibles como la que encontramos en Mercadona. O estas de Utsukusy, una marca española-japonesa para tratamientos de spa de la que os hablaré algún día.


Pues nada, problema resuelto, me quedo mucho más tranquila.

jueves, 21 de marzo de 2019

Cosmética After party 2



Aquí mi resaca y yo, de vuelta. Las bolsas de los ojos podrían contener todo el vino que me bebí anoche y aún habría sitio para el de las dos copas que derramé, así que recurro a una de mis nuevas marcas fetiche. El Magic Serum de Camaleón se compromete a eliminar la zona inflamada si yo me comprometo a no gesticular durante 40 segundos,  lo cual es casi más difícil. Según la publicidad contiene argireline, un ingrediente “efecto botox” que  reduce ligeramente las contracciones musculares. Y digo yo que si le meten un poco más de algerine y consiguen que yo abandone todos mis tics, el efecto sería mucho más completo.

Para el resto de la cara me aplico la mascarilla Peel-Off Natural de Bioxán que “reduce la hinchazón y regenera las pieles maltratadas”. Cuando abres la mascarilla te encuentras con dos sobres más (qué manía con el háztelo tú mismo, en días como hoy agradezco especialmente que me lo den todo mezcladito): gel 1 y gel 2 cuya combinación produce una pasta rosa de lo más gustosita.

Pero hete aquí que con mi mascarilla puesta y mis bolsas húmedas me topo en Internet con esta nueva tendencia, originaria nada menos que de Japón. El hangover make up, o maquillaje de resaca, ensalza los ojos y la piel enrojecida, y consiste, básicamente, en pintarte como si el día anterior te hubieras pillado la gran cogorza, aunque te acostaras a las diez. Uno de sus elementos clave son los párpados hinchados, que allí llaman 'Aegyo sal', ‘grasa encantadora’. Al final va a resultar que soy una belleza natural...

martes, 19 de marzo de 2019

Cosmética After party 1



Quien tuvo buena noche no puede tener buen día. La sabiduría popular de mi abuela y su secreta afición por el anisete me dejaron esta máxima que hasta el día de hoy no he conseguido refutar. Pero como de lo que se trata en esta mi nueva vida de beauty expert es de desmontar mitos y superar traumas, arrastro mi cuerpo molido hacia el baño, dispuesta a paliar con mis recién adquiridos conocimientos los estragos del vino en mi piel.


Existen productos en el universo cosmético que, de forma más o menos velada, se anuncian como remedios a los destrozos del bebercio. Aquí aún no hemos llegado a la sinceridad de la simpar Maria Hatzistefanis, una griega muy cachonda que se ha hecho millonaria con veneno de serpiente y sangre de dragón, y cuya firma Rodial comercializa la muy popular Hangover Mask. ‘Hangover’, (para las monolingües) significa resaca, y la mascarilla en cuestión se encuentra dentro de la línea Super Acids (os digo que la tía tiene guasa), pero el único ácido que incluye es el glicólico, que aunque tiene nombre espumoso solo se absorbe por vía cutánea. El producto cuenta además con “tecnología probiótica que  ayuda a fortalecer y proteger la piel de las agresiones externas” y se vende en un pack con otra mascarilla de sangre de dragón (prometo investigar de dónde la saca), una hidratante de veneno de abeja y una limpiadora de células madre… 

Yo no es que desconfíe de ninguno de estos remedios pero, qué queréis que os diga, estoy resacosa, no poseída. Además, el pack en cuestión viene saliendo por 50 euros, con botes tamaño aeropuerto. Pensará Maria, que si tienes dinero para ponerte ciega a Ouzo y acabar bailando el sirtaki a indecentes horas de la madrugada también deberías tenerlo para cuidarte un poco. No le falta razón, pero por ahora vuelvo al producto patrio. Luego os cuento.

jueves, 14 de marzo de 2019

Imprescindibles: bastoncillos de algodón


En el santoral de la era tecnológica hay que poner tantas velas a San Google como a San Youtube; porque si el primero te responde mucho antes de que San Antonio haya empezado a buscarte novio, el segundo te ofrece clases magistrales de todo lo que se te ocurra sin pedir a cambio monedas. 

Por ello llevo semanas empapándome de tutoriales, comprometida como estoy con este proyecto y más que dispuesta a convertirme en alumna aplicada de l@s grandes maestr@s. Y, tras muchos visionados, he deducido que si hay algo que l@s mejores gurús del maquillaje recomiendan repetidamente son los bastoncillos de algodón. Tal cual. Para aplicar, difuminar, limpiar, … De esas cosas que una siempre debe tener en casa, vaya.

Bastoncillos felices
Aunque no todo es tan simple como podría parecer en un principio, pues el peligro que representan estos aparentemente inofensivos instrumentos parece que va bastante más allá de lo que proclaman desde hace años los otorrinos. De hecho, he leído que resultan tan malos para el medio ambiente que algunos países han comenzado a prohibirlos. 

Así que voy a hacerme con un acopio, pero de los biodegradables. Por ejemplo, estos fabricados con madera de bambú natural de procedencia ecológica y sin BPA (el tóxico Bisfenol A), o estos de algodón ecológico certificado, sin residuos de pesticidas o herbicidas químicos, con soporte de papel biodegradable FSC, libres de perfumes y viscosa, y blanqueados sin cloro ni Dioxin. Buenos para la conciencia, y además bien bonitos.

martes, 12 de marzo de 2019

Noches de vino y rosas



Bueno, ya estoy de vuelta. Llegué, vi y sobreviví... No fue tan horrible, pero tampoco tan glamouroso como imaginé en mis fantasías más polarizadas. Había, jamón, eso sí, (menos mal que la tendencia vegana-cosmética, no ha llegado a las fiestas) y vino (pero de eso hablaremos luego), mucha chica mona, alguna feíta y varios hombres (nota, tengo que empezar a hablar de cosmética masculina, ellos también se cuidan). 

Hago esta especie de recorrido previo para entendáis que el ambiente no era tan intimidante como hubiera podido temer, pero tampoco es que estuviera yo en mi salsa (básicamente, a partir de tres personas en una sala que no es la mía, yo ya empiezo a morderme el labio).

Así que me acerqué a dos periodistas de belleza menos canónica (hablar de fealdad en estos tiempos de heterodoxia resulta bastante incorrecto en todas las acepciones del término) que, apostadas junto a la mesa del vino, departían cordialmente sobre los beneficios de la cosmética y la uva. Sí, amigas (a estas alturas os llamo amigas, no porque sienta nada por vosotras, no os vengáis arriba, sino porque he visto que así se hace en otros blogs y ya sabéis que yo lo de la asimilación cultural, antes decía plagio, lo cultivo mucho). Resulta que existe una marca cosmética, Levinred que reivindica el vino tinto como fuente de belleza y juventud

A mí, la verdad, a medida que iban cayendo copas, mis nuevas amigas me parecían cada vez más guapas y pronto quedó claro que, si bien ellas sabían mucho más que yo de cosmética, del otro tema andaba yo bastante más ducha; así que la conversación, además de agradable, fue un win to win que se dice ahora.

Volví a casa con la dignidad intacta. Bueno, intacta, intacta tampoco, porque al asomarme al espejo comprobé que mis labios, libres ya de la pintura ¿permanente?, lucían ese circulito ridículo en el centro, a lo actriz de cine mudo, que proporciona el vino tinto (junto con múltiples beneficios para la piel, no lo dudo). Aun así me desplomé sobre la cama y dormí de un tirón por primera vez en los últimos días.


jueves, 7 de marzo de 2019

Agua micelar versus agua termal


Soñé que estaba en la fiesta, hasta ahí normal. Bueno, normal, normal, tampoco, porque ya me diréis qué pintaba allí la malvada señorita Nelly, mi profesora de párvulos, que, de seguir viva, debe andar por los tres dígitos. Yo me acercaba tímidamente a una mesa donde se exhibían las últimas novedades en agua micelar

No sé si lo sabéis, pero el agua micelar es el último grito en limpieza facial, como hace unos años lo fueron las toallitas desmaquillantes que lanzó Comodynes al constatar el gran filón de la pereza patria. Este producto es para mujeres que le ponen un poco más de asunto, aunque tampoco mucho, no os creáis. 

Según sus apóstoles, es ideal ‘si no tienes demasiado tiempo’. He descubierto que lo de no tener demasiado tiempo da mucho ‘glamour’. La mayoría de los cosméticos se dirigen a una mujer 'que no abandona su cuidado', pero que tampoco tiene todo el día para quitarse el rímel, lógico. Así que el agua micelar es otro producto 'multifunction': limpia, tonifica y sobre todo 'disuelve las partículas de maquillajes devolviendo la piel a su estado original'

Bueno, pues todo esto iba yo memorizando mientras me acercaba a la mesa de mis compañeras, ellas me sonreían integradoras, mi confianza ganaba puntos, empezaba a pisar más segura... Me apoyé sobre la mesa y abrí la boca:  ‘Hola chicas, ¿me dejáis probar el agua termal?’ GLUBP. Error de principiantes. El agua termal, además de estar algo demodé, (en los 90, Avene se puso las botas, pulverizando los rostros congestionados de las yuppies, pero hoy en día, lo puedes ver de oferta en casi todas las farmacias) suaviza la piel, fija el maquillaje y en general produce una sensación de frescor pero carece de micelas (tranquilas, yo tampoco estoy muy segura de lo que son) y de las propiedades limpiadoras del desmaquillante de moda.

Quise huir, pero los pies no me respondían. Mis compañeras tornaron el gesto, con esa crueldad que solo el rostro de las guapas es capaz de reproducir, sacaron de sus bolsos Louis Vuitton sus añejas aguas termales y me rociaron la cara con saña. Desde una esquina la señorita Nelly contemplaba la escena con una sonrisa sádica. Me desperté perlada en sudor... A la mierda los efectos del Kombu Nectar.




martes, 5 de marzo de 2019

Cosas que he aprendido en mis estancias en Youtube. Trampantojos


Confirmando que no voy mal encaminada, o apuntando a que esto se pilla rápido, compruebo que la marca de maquillaje que lo está petando, Identy, se anuncia como el corcho que viene a tapar un agujero enorme: el del maquillaje natural. Natural, sí. Aunque creo que no tanto en el sentido 'cara lavada' como en el de ingredientes naturales, veganos, sin tóxicos y sin crueldades animales. Inaudito, dicen. Pues bueno.

Me da que lo de 'natural' juega a moverse en los dos sentidos; porque tan natural no será si al final te maquillas, pero la idea es maquillarte para parecer poco o nada maquillada. De lo que hablaba en otra entrada de esta sección. Y se entiende el concepto: al igual que el colorete potencia o simula un rubor favorecedor y saludable que podemos tener o no, ponerse en la cara cosas que salen directamente de la madre naturaleza pero no la perjudican (ni al salir ni al volver a ella) es mimetizarse con el entorno. Como sentarse en medio de una pradera a comer una manzana.
  
Hoy me noto inspirada. Y, quizá porque he desayunado bien, tengo la sensación de que lo voy captando. De hecho, cada vez me sé más trucos. Copio un pequeño listado.

-  Frotar el puente de la nariz con un pañuelo de papel o con la mano, para que se vea la piel y parezca que no nos hemos maquillado (después de haberlo hecho). Consejo de it-girl francesa. 

Pintarse pecas en donde favorecen, con el mismo propósito (las neuronas deciden, en cuestión de milésimas de segundo, “si se le ven las pecas, no debe llevar maquillaje”).

-  Aplicar colorete en crema justo después de la base (si se aplica base) y antes de corrector, polvos, etc., para que se funda y parezca que es un rubor. Lo que los ingleses llaman la cara ‘english rose’, y el resto de la humanidad un aspecto lozano.


-  Dar algo de color (colorete o bronceador) en la raíz del pelo y cerca de la punta de la nariz, porque al parecer son lugares en los que el sol pega; y lo que se pretende es, eso, que parezca que ha pegado.


-  Seguir la regla del tres (en el lado derecho) y el tres al revés (en el izquierdo) al aplicar el bronceador; es decir, en la sien, bajo el pómulo y en el mentón, para crear una sensación de contorno (otro día me meto con lo de luces y sombras, que es todo un tema).