
En esta nueva entrega de nuestro curso
«en línea» abordamos hoy asuntos esenciales y, para mucha gente,
complejos; en gran medida, porque las marcas nos bombardean
constantemente con productos que se anuncian con nuevos nombres y
proclaman nuevas funciones, haciéndonos sentir pardillas que no se
enteran de la misa a la media y nunca llegarán a estar a la última.
Desterremos esa idea. Esto es mucho más fácil de lo que parece a primera
vista.
Esencialmente, el maquillaje consiste en unificar el tono de la piel (lo que se consigue con la base y el corrector), dar color en donde favorezca (función del colorete)
y crear un efecto de luces y sombras para esculpir el rostro. Esto
último es lo que vamos a hacer hoy, y es para lo que sirven el
iluminador y el contorno.

Si hemos llevado a cabo adecuadamente
los pasos anteriores nuestra cara será una especie de «lienzo en blanco»
sin ojeras, rojeces, manchas y marcas, ligeramente sonrosada en lugares
estratégicos en caso de que hayamos aplicado el colorete en crema.
Neutra y uniforme, pero plana, sosa. Nuestro objetivo es ahora dar
volumen a los rasgos. Nuestra meta es convertirla en lo más que podamos
llegar a parecernos a Sofia Loren.

Marcar los pómulos será lo más
importante, y para hacerlo debe trazarse una línea que vaya de mitad de
la oreja hacia abajo, en una diagonal que, sin llegar, se dirija a la
comisura de los labios. Tan solo necesitamos un producto en crema de
color marrón oscuro con una textura fácil de difuminar y un pincel
plano. Trazamos con él esa raya y luego, si queremos ponernos en plan
Miguel Ángel, rayas más finas en el nacimiento del pelo, rodeando el
hueso de la nariz, en el pliegue del ojo y bajo el hueso de la
mandíbula. Es decir, en todos los lugares en los que el cráneo se hunde
hacia atrás.

Que nadie se asuste al encontrarse ante el espejo su cara transformada en una mamarrachada: esto lo vamos a difuminar.
En la mayor parte de los titulares
colocan al mismo tiempo contorno y iluminador y los difuminan juntos,
básicamente porque así se muestra mejor dónde van las luces y dónde las
sombras. Desde aquí aconsejamos centrarse primero en la creación de
sombras y pasar luego a las luces, porque así se controla mejor el
proceso y se corrigen a tiempo las probables meteduras de pata. Por
tanto, este sería el momento de, con un pincel limpio, una esponja o los
dedos, extender el producto de tal modo que pasemos de la fase de
pintura de guerra a la de rostro estilizado. Como todo, lleva práctica y
cada cual deberá adaptar los conceptos generales a sus propias
facciones. Cuando lo controlemos habremos alcanzado el grado de expertas
en lo que en terminología guiri se llama «contouring» y, en traducción
literal en la lengua de Cervantes, «contornear».
Pero aún no hemos acabado: tras crear las sombras debemos potenciarlas aportando luz. Y ahí entra el iluminador.

La diferencia entre corrector e
iluminador es uno de los temas que más problemas genera a la hora de
comprar y/o utilizar productos de maquillaje. «Los propios nombres lo
indican», dirá cualquier espabilado. Y sí, lo hacen; pero los envases,
las texturas y el hecho de que haya productos pensados para el contorno
de ojos que al mismo tiempo tapan las ojeras y aportan luz (todo el
mundo sabe cuál) confunden bastante.
Para aclararnos, el corrector debe
parecerse al color de la piel y quedar depositado en ella cubriendo el
tono que haya debajo, porque su objetivo es tapar las zonas decoloradas.
El iluminador, por su parte, debe ser algo más claro y su textura no
importa mucho, porque su única función es atraer la luz. Fluido, en
crema o en polvo, un iluminador es algo ligeramente más blanquecino que
aporta luz y, por tanto, volumen al lugar en el que se aplica. Lo de los
brillos lo explicaremos en próximas entregas.
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