Que levante la mano quien no tenga un amigo que te señalará con el dedo
cual poseído por un ultracuerpo ante algo tan aparentemente inofensivo como que
se te pase reciclar el envoltorio de un caramelo. A veces te pegan un susto,
pero en el fondo lo entiendes.
Somos muchos y vivimos en la era del cambio climático, el consumismo sin freno, los mares asfixiados y los recursos en crisis. El agujero en la capa de ozono empuja a no pisar la playa sin protección solar; pero —¡ay!— ese protector contaminará el mar si nos bañamos, y el envase lo hará cuando lo tiremos.
Convivimos con el plástico cual Barbie en el salón de belleza y cada movimiento de tarjeta implica unos gramos más, se prescinda o no de la bolsa. Imposible no sentirse culpable con cada compra, consumo, gesto … Más aún cuando, en el fondo, sabemos que no es absolutamente necesario echar a la cesta ese último corrector de ojeras.
Somos muchos y vivimos en la era del cambio climático, el consumismo sin freno, los mares asfixiados y los recursos en crisis. El agujero en la capa de ozono empuja a no pisar la playa sin protección solar; pero —¡ay!— ese protector contaminará el mar si nos bañamos, y el envase lo hará cuando lo tiremos.
Convivimos con el plástico cual Barbie en el salón de belleza y cada movimiento de tarjeta implica unos gramos más, se prescinda o no de la bolsa. Imposible no sentirse culpable con cada compra, consumo, gesto … Más aún cuando, en el fondo, sabemos que no es absolutamente necesario echar a la cesta ese último corrector de ojeras.
Así que lo pillo: la cosmética sostenible está en alza y tiene motivos para
estarlo. Se trata, al fin, de ser conscientes de que controlar consiste en algo
más que preocuparse por encontrar la tapa del táper. Anotado.