Bueno, ya estoy de vuelta. Llegué, vi y sobreviví... No fue tan horrible, pero tampoco tan glamouroso como imaginé en mis fantasías más polarizadas. Había, jamón, eso sí, (menos mal que la tendencia vegana-cosmética, no ha llegado a las fiestas) y vino (pero de eso hablaremos luego), mucha chica mona, alguna feíta y varios hombres (nota, tengo que empezar a hablar de cosmética masculina, ellos también se cuidan).
Hago esta especie de recorrido previo para entendáis que el ambiente no era tan intimidante como hubiera podido temer, pero tampoco es que estuviera yo en mi salsa (básicamente, a partir de tres personas en una sala que no es la mía, yo ya empiezo a morderme el labio).
Hago esta especie de recorrido previo para entendáis que el ambiente no era tan intimidante como hubiera podido temer, pero tampoco es que estuviera yo en mi salsa (básicamente, a partir de tres personas en una sala que no es la mía, yo ya empiezo a morderme el labio).
Así que me acerqué a dos periodistas de belleza menos canónica (hablar de fealdad en estos tiempos de heterodoxia resulta bastante incorrecto en todas las acepciones del término) que, apostadas junto a la mesa del vino, departían cordialmente sobre los beneficios de la cosmética y la uva. Sí, amigas (a estas alturas os llamo amigas, no porque sienta nada por vosotras, no os vengáis arriba, sino porque he visto que así se hace en otros blogs y ya sabéis que yo lo de la asimilación cultural, antes decía plagio, lo cultivo mucho). Resulta que existe una marca cosmética, Levinred que reivindica el vino tinto como fuente de belleza y juventud.
A mí, la verdad, a medida que iban cayendo copas, mis nuevas amigas me parecían cada vez más guapas y pronto quedó claro que, si bien ellas sabían mucho más que yo de cosmética, del otro tema andaba yo bastante más ducha; así que la conversación, además de agradable, fue un win to win que se dice ahora.
A mí, la verdad, a medida que iban cayendo copas, mis nuevas amigas me parecían cada vez más guapas y pronto quedó claro que, si bien ellas sabían mucho más que yo de cosmética, del otro tema andaba yo bastante más ducha; así que la conversación, además de agradable, fue un win to win que se dice ahora.
Volví a casa con la dignidad intacta. Bueno, intacta, intacta tampoco, porque al asomarme al espejo comprobé que mis labios, libres ya de la pintura ¿permanente?, lucían ese circulito ridículo en el centro, a lo actriz de cine mudo, que proporciona el vino tinto (junto con múltiples beneficios para la piel, no lo dudo). Aun así me desplomé sobre la cama y dormí de un tirón por primera vez en los últimos días.
Me sonreía leyendo la marca en los labios que deja el vino tinto! Por cierto, ¿qué marca de pintalabios que no se quite en toda la noche recomiendas para un encuentro romántico?
ResponderEliminarYo soy poco partidaria de los labiales permanentes (ya lo comentaré en próximos posts), pero el famoso Ruby Woo de M.A.C. es más difícil de borrar que el recuerdo de una 'noche memorable'. O lo que yo llamo memorable...
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