Hace ya algunos meses iba con una amiga a tomar un vino y me preguntó si me importaba que antes entrásemos en una farmacia para comprar una cosa en 'un momentín'. La escena que siguió me dejó bizca: pidió colágeno bebible, el farmacéutico se lo dio sin inmutarse y ella procedió a aceptar el pago con tarjeta de lo que para mí es un dineral (pero porque yo soy pobre y ella tiene el sueldo fijo y con pagas extras del que disfrutaba antes la clase media).
Reconozco que me asustó la idea de que mi amiga fuese a pasar unas semanas metiéndose entre pecho y espalda algo que yo, como mucho, me pondría en la cara. Se me vinieron imágenes de mujeres de antaño que se envenenaban con pócimas supuestamente embellecedoras. También consideré la posibilidad del efecto placebo. Pensé si esto será tipo lo que dicen de la homeopatía, que al cuerpo en sí no le hace nada, para bien o para mal.
Aquel día me estuve muy calladita y con cara de póker, luego tomamos ese vino y se me olvidó. Hasta que navegando comencé a encontrarme en otros blogs bastantes comentarios sobre el tema. Me di cuenta de que llegaba tarde, como a todo; lo que hace que sienta de nuevo que en esto ando muy pez. Encontré detractores y defensores (interesados). Y pensé que es a mí a la que la nutricosmética no me va, aunque sepa a frambuesa. Me quedo con el uso tópico por el momento.
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