¿Os acordáis de lo malos que eran los sulfatos para el pelo? Solo servían para hacer espuma, e impedían el proceso pírrico de liberar al cabello de toxinas porque eran tóxicos en sí mismos como las siliconas y los parabenos (en mis tiempos la silicona se usaba para otra cosa y de los parabenos ni hablábamos…). Era un componente químico y ya sabéis que la química tiene muy mala prensa. En fin, lavarte el pelo con un champú con sulfato era casi someterlo al carbono 14, un error garrafal.
Pero hete
aquí que esto de los cosméticos se renueva y se revisa cada día, no es
intocable como la Constitución ni infalible como mi abuela. Los sulfatos han
empezado a levantar cabeza y, tras años de ignominia, acaba de salir una ley que
no permite hablar mal de ellos (con la de leyes que hacen falta en este país).
Por
twitter me entero (es que ahora además de bloggera soy twittera, que tengo más
redes que los de la 2) que nuestro muy loado Champú de cebolla sin sulfatos está en un brete. El responsable de comunicación escribe este tweet, redactado
sin duda entre la confusión nerviosa y las prisas del momento.
Tras
varias lecturas frustradas me atrevo a reconocer mi incapacidad y le pregunto
directamente por el motivo de su alarma. Atentamente me explica esto.
Pues
eso, que los sulfatos ya no son el demonio y que ahora a ver cómo distinguen un
champú sin sulfatos de otro exactamente igual, pero sin ellos, sin violar la
nueva ley de Sanidad… Un dilema.
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