jueves, 18 de abril de 2019

Como churros II: Rubi Woo de MAC


En mis tiempos de nerd y jabón lagarto hice un curso de estudios comparados en Literatura, Arte y Pensamiento que, como os podréis imaginar, solo sirvió para alimentar mi espíritu. Con el espíritu bien cebado, me encamino al Corte Inglés, dispuesta a cultivar otros aspectos bastante más abandonados de mi persona.

Yo los labios me los he pintado siempre, que conste. A mal tiempo, labios rojos, que decía alguien que no era mi abuela. Mucho antes de dedicarme a esto, cuando aún no me debía a la cosmética patria, encontré una barra (perdón labial) de la marca alemana Douglas de un rojo amarronado bastante económica y natural. En realidad, la naturaleza no produce de forma espontánea bocas rojas ni marrones (a no ser que tengas un herpes) pero, como gracias a la cosmética ya casi se nos ha olvidado que el labio humano es rosa pálido, da bastante el pego. El E197, aunque tiene nombre de robot es muy cremoso y, cuando se me va, lo retoco. No entiendo esa obsesión por los colores permanentes (ni que te abandonara el desodorante…).

La dependienta de MAC, una chica encantadora, empieza por advertirme que el RubiWoo es bastante mate, y sugiere que tal vez prefiera otro más hidratante. El comentario ya me mosquea. 'Mate', en teoría quiere decir sin brillos (el mío también lo es) pero como no me atrevo a explicarle que soy una beauty expert camuflada en el cuerpo de una bibliotecaria, insisto en que estoy convencida de que ese es el color que busco. Nada más sentirlo sobre la boca entiendo que en el planeta MAC 'mate' es sinónimo de seco. 

Debo haber torcido el gesto, porque la amabilísima beauty advisor, ya al borde del desencaje maxilar, insiste en que siempre es mejor usar un primer con este tipo de labiales (nota mental: dedicarle una entrada al término 'primer' y añadirlo al glosario). Seguro que el primer le da un toque maravilloso, pero que el producto de maquillaje más vendido del mundo necesite de un complemento previo para resultar agradable es un aro por el que no estoy dispuesta a pasar. 

Si a esto añadimos que el tono del labial es ese rojo estrella hollywoodiense de los 50 con el que aún no me siento cómoda, mi personal análisis comparado entre él y la modesta barra que llevo en el bolso produce un resultado sorprendente. Me despido con cordialidad de la vendedora fracasada, que sigue esbozando una inútil sonrisa supurante de primer, y vuelvo a casa sintiéndome tan rarita como la niña solitaria de la ruta.

Eso sí: hizo falta mucha fuerza y varios disco de algodón para librarme del dichoso Rubi Woo. Más permanente que una témpera.

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